domingo, 24 de agosto de 2014

154. ¿Me lo puedo quedar?

- Ya estamos llegando al pueblo – decía el padre de Akira – Ve despertándola.
- Si, que ya ha dormido demasiado.
- Es por culpa de los fármacos, seguramente se encuentre fatal.
- Pues espero que se los quiten pronto ¡Eh! Akane... Akane...
Akira acarició su mejilla y pudo comprobar que se encontraba bastante caliente. Akane gruñó un poco por lo bajo y entreabrió los ojos.
- Ya estamos llegando ¿Cómo te encuentras?
- Mal, muy mal, me duele mucho la cabeza – habló de forma lastimosa – Bueno y todo el cuerpo, me duelen los hombros y la cadera.
- Estás como muy caliente, quizás tengas fiebre.
- A lo mejor te has resfriado – intervino el padre de Akira – Pasaste muchas horas tirada en el suelo.
- Pues a lo mejor ¿Ya estamos llegando? ¿Mañana podremos ir a ver a los ciervos? No digo de cerca, solo de lejos.
- Pues ya veremos como te despiertas mañana – habló Akito – Recuerda que estás aquí para descansar.
- Procuraré no ser una molestia para nadie, ni dar trabajo.
De pronto Akane cambió su rostro con un gesto de tristeza.
- Mi madre no me quiere – susurró.
- No... no digas eso – contestó con tristeza Akira.
Akane no había puesto ni un inconveniente, ni había pronunciado una queja sobre lo de irse al pueblo de Akira, a pesar de que para ella era algo incómodo ir a casa de unos extraños a los que apenas si conocía. No se quejó, estaba demasiado dolida con sus padres, se sentía abandonada por ellos, no se habían preocupado ni siquiera en ir a verla al hospital, peor aún, ni en llamar para ver como estaba, la única que había demostrado interés había sido Maron, si, al menos ella había ido a verla y le llevó la maleta preparada con un poco de ropa... ¿Pero por qué su madre no la quería? ¿Es que le daba igual lo que le pasaba? ¿Ni siquiera se molestaba en preguntar dónde iba? Suponía que la madre de Akira la había llamado para decírselo pero aun así ¿Qué clase de madre no despide a su hija? ¿Qué había hecho ella para ser tan mala hija? ¿No se había comportado siempre haciendo todo lo que le pedían?
Giró la cabeza y miró a Akira ¿Sería posible que este chico y su familia la tratasen con más cariño que su propia familia? Tanto tiempo negándose a si misma que le gustaba, tanto tiempo gruñendo por cualquier cosa que hacía... lo único que intentaba era alejarla de ella ¿Por qué? ¿Por qué tenía tanto miedo a los sentimientos?... Porque tenía miedo a sentirse abandonada... claro, era eso.
Akira volvió a acariciarla la mejilla.
- Ya verás que bien vas a estar y no creas que te voy a tratar con mimos, te voy a tener ocupada haciendo cosas todo el día.
- Eso esper...
Akane se había inclinado un poco hacia Akira y así se había quedado, con los ojos entornados y la boca ligeramente abierta, parecía estar a punto de terminar esa frase.
- ¿Akane?... ¿Akane?... ¡Akane!... ¡Papá! ¡Algo le pasa a Akane!
- ¿Qué ocurre?
- ¡Akane! – gritó nervioso, una de las manos de la chica estaba un poco levantada, se la cogió, estaba rígida - ¡Papá! ¡Akane está... completamente rígida! ¡Akane!
- No te asustes, es uno de los efectos del haloperidol.
- ¿Qué esto es normal? ¡Pero si parece de piedra!
- Es por la dopamina, ese fármaco bloquea los receptores de la dopamina, a otras personas les da convulsiones. No te asustes, tranquilízate – dijo mientras paraba el coche a un lado del camino de tierra que llevaba hasta la casa familiar – Ahora mismo le doy un relajante, no te preocupes.
- ¿Qué no me preocupe?
- Yo ya sabía que podía tener efectos secundarios. Tendrás que aprender a ponerle unas inyecciones.
- ¿Por qué? ¿Es que va a tomar más veces ese fármaco?
- Esperemos que no.
- ¿Tan necesario es?
- No, no creo. Esta vez el médico se lo ha dado porque aún estaba muy nerviosa y además alterada porque su madre no había ido a verla, no hacía más que preguntar por ella. Anda, sal y déjame a mí que le ponga la inyección.
Akira así lo hizo mientras veía a su padre salir también del coche y coger una especie de pequeño neceser negro. Al abrirlo vio que tenía varios medicamentos en él y unas cuantas inyecciones ya preparadas con el agua protegida por una especie de capuchón transparente.
Cogió una de esas inyecciones y volvió a entrar en el coche para sentarse al lado de Akane.
- Vamos a solucionarte este pequeño inconveniente. Akira aprende a poner estas inyecciones por si acaso tienes que hacerlo tú alguna vez.
- ¿Cómo que por si tengo que hacerlo yo? ¿Es que esto le va a pasar a menudo?
- No creo pero imagínate que alguna vez Arashi... ¿es así, no? Bueno que esa personalidad se descontrola o que sufre alucinaciones... Entra al coche y aprende.
Akira rodeó el coche y entró por la puerta del conductor sentándose y girándose para mirar hacia atrás.
- Se la puedes poner en el brazo o en el culete... eso lo dejo a tu calenturienta mente.
- ¡Papá por favor!
- Lo siento. Era una broma, en el brazo es suficiente – mientras hablaba subió la manga del jersey de la chica, por suerte era amplia y fue fácil de hacer, cogió con una mano el brazo de Akane y con la otra la jeringuilla, la llevó hasta su boca para apartar con los dientes el capuchón y sin dudar un momento clavó la fina agua en el brazo.
Akira observó como el líquido iba entrando lentamente en el cuerpo de Akane.
- ¿Crees que me atreveré a hacer eso? ¿Y si la pincho mal?
Akito no le contestó. Cuando terminó soltó el brazo de Akane y le bajó la manga, luego volvió a tapar la jeringuilla con el capuchón.
- Es fácil, lo difícil será que la pinches mal, además ella no se va a quejar.
- ¿Estás seguro?
- Seguro... ahora quizás se desmaye, tampoco te asustes por eso.
Conseguir que Akane bajase del coche cuando llegaron a su destino fue un poco complicado, la chica estaba despierta pero parecía no tener fuerzas para hacerlo y justo cuando estuvo fuera se dejó caer y a punto estuvo de hacerlo contra el suelo de no haber sido por Akira y sus reflejos.
- ¿Qué le pasa? – preguntó la abuela de Akira que salía de la casa para recibirles.
- Le han dado haloperidol y se puso rígida, le inyecté un relajante muscular y creo que se ha desmayado – explicó Akito.
- ¿Haloperidol? ¿Tan grave es lo que le sucede?
- Pues si ¿Dónde la llevamos?
- Llévala a tu cuarto Akira, hemos cambiado la cama.
- ¿Puedes tú solo? – se interesó Akito.
- Creo que sí.
Akira entró en la casa con Akane en brazos y Akito sintió la mirada de su madre penetrándole en el cerebro.
- ¿Qué es lo que le pasa a esa chica? A parte de lo que me contaste.
Akito tomo aire.
- Una persona de su familia abusó de ella cuando era pequeña.
- ¡Ay por dios! ¡Pobrecita, pobrecita! Nos contaste que en su casa la trataban un poco mal pero ¿Estás seguro?
- Si, lo estoy, además su madre pues...
- ¿No la creyó?
- Por lo visto esa persona se encargó de que ella creyese que todo era por su culpa, que era... mala. Su madre no es especialmente cariñosa con ella.
- Entiendo. Akito, tienes que alejar a esa chica de su familia.
- No puedo alejarla de su familia.
- Una madre que no cuida a su hija no se merece ser madre. Vamos, sube la maleta o lo que sea que haya traído – comenzó a caminar hacia la casa – Menos mal que...
Akito no escuchó las últimas palabras que su madre iba gruñendo por lo bajo mientras se alejaba, pero podía imaginar lo que era.
Akira había dejado caer prácticamente a Akane en la cama que había puesto su familia en su habitación y se sentó en ella. Estaba agotado, sí que era cansado subir a una chica en brazos, sobre todo si es un peso muerto como lo era Akane en ese momento.
- ¿Descansando? – preguntó su padre al entrar.
- Creo que me he roto una costilla o algo.
- ¿Cómo está Akane?
- Creo que dormida otra vez.
- A ver – se acercó a ella y le quitó la gafas – Toma, guárdalas por algún sitio. Ponla el pijama para que esté cómoda.
- ¿Qué?
- Supongo que habrá traído un pijama o un camisón o algo, mira en su maleta.
- ¿Y no se lo puede poner la abuela?
- ¿Vas a molestar a la abuela para eso?
- Bueno pues la tía.
- Akira, es tu novia, es tu responsabilidad, no quieras dar trabajo a los demás. Ponla en pijama y acuéstala y luego bajas, me imagino que la abuela querrá hablar contigo.
- Si señor – pareció quejarse.
Akira subió la maleta a los pies de la cama y la abrió. ¿dónde estarían los pijamas de Akane? Trató de pensar como lo haría su compañera, miró la maleta, suspirando comenzó a sacar la ropa, no traía demasiada, se suponía que no iba a pasar demasiados días allí, lo que más traía era ropa interior y... eso debía ser uno de los pijamas.
Era rosa y tenía dos piezas por lo que se veía. Una camisetita de tirantes y un pantaloncito corto.
Volvió a meter la ropa en la maleta y la bajó de encima de la cama.
Ahora lo difícil era ponérselo, difícil y comprometido... pero é no se iba a amedrentar por algo así. Akane lo estaba pasando muy mal y no iba a quejarse por tener que ponerle el pijama.
Con toda la delicadeza que pudo fue quitándole la ropa hasta que la dejó en ropa interior... bien, cierto era que tenía una edad muy mala pero no estaba tan salido como para andar mirando a una chica en su situación. Le puso la camisetita y algo le dijo que estaría incómoda con el sujetador, que él recordara Akane dormía sin sujetador... si, si, vale, se había dado cuenta, claro que se había dado cuenta, tampoco era tan grave que se diera cuenta.
Para empezar descubrió que tratar de desabrochar el sujetador de una chica era una tarea más difícil de lo que se ve en las películas o él era muy torpe, que también podía ser. Por fin lo logró, le quitó los tirantes y después metió la mano por debajo de la camisetita para sacar el sujetador. Bien, la primera parte estaba cumplida.
Ahora quedaba la parte de abajo. Pues iba a ser más sencillo aún, le pondría los pantaloncitos encima de las braguitas y ya, si eso que ella misma se las quitase luego.
- Mira que me metes en apuros – comentó después de meterla en la cama y arroparla.
- Muchas gracias, cielo – musitó la chica en voz muy baja.
- ¿Estabas despierta?
- Acabo de despertarme ¿Dónde estamos?
- En mi habitación, en casa de mis abuelas. Espero que no me hayas hecho desnudarte y ponerte el pijama para reírte de mí.
- Como eres de desconfiado... estoy algo mareada y tengo la boca seca.
- ¿Quieres que te traiga agua?
- También podrías darme un beso.
- Ayesa no empieces con tus tonterías.
- Que pronto me has reconocido ¿Por qué no te metes conmigo en la cama?
- Si, claro, justo en eso estoy pensando.
- Es que tengo mucho frio y no es broma, te lo digo en serio.
Akira observó que los labios de la chica temblaban un poco.
- ¿Te duele algo?
- Me duele todo el cuerpo.
- Quizás te has resfriado, la verdad es que te he notado muy caliente.
- Je, eso ha sonado picante.
- Hablo en serio – dijo tocando su frente – Creo que si, que te has resfriado.
- Claro, pasé horas mojada y en el suelo, habré pillado frio.
- Voy a echarte una manta.
- Muchas gracias por cuidar de mí.
- Akira... yo también te quiero ¿Lo sabías?
- Vaya – dijo abriendo el maletero de su armario para coger una manta – Tengo mucha suerte, tú me das el doble de problemas que una chica normal pero... ¿Estás llorando?
- No, solo se me salen las lágrimas.
- No te quieras hacer la dura conmigo. Pensé que tomando el medicamento ese no podrías aparecer tú, que era para mantener controlada a Akane.
- ¿Es que te molesto, cielo?
- No, realmente no.
- Quizás la dosis era baja, lo cual es preocupante, porque si puedo aparecer yo quizás pueda hacerlo Arashi. No pongas esa cara de pena, es Akane la que me ha llamado. Ahora sabe llamarme, aprendimos muchas cosas durante esas horas.
- ¿Ya te conoce?
- No, que va, no se puede decir eso pero si que se dio cuenta que no soy su enemiga. Lo pasamos muy mal Akira, Akane pasó mucho miedo, de veras que pensó que iba a morirse, se sintió muy débil, sobretodo porque ella misma era la que se había hecho daño. No te puedes imaginar lo que es eso, pensar que algo en ti tiene tanto poder como para ir en tu contra.
- Me imagino – contestó con pena.
- No debería decírtelo, seguro que si se entera se enfadará pero siempre estuvo pensando en ti y casi todo el tiempo estuvo segura de que tú la buscarías.
- ¿Casi todo el tiempo?
- Al final... No podía moverse, tenía frio, hambre y miedo, estaba sola...
- Si lo se, lo se ¿Es por eso que no quiere denunciar a quien le dio las drogas?
- Entiéndela, para ella fue quien la salvó.
- En fin – dijo Akira resignándose – Menuda ironía.
- Ya entrará en razón. Oye... yo también voy a luchar, no quiero que Arashi vuelva a hacernos daño, no me perdono no haber estado atenta.
- ¿Se puede? – sonaron unos golpecitos en la puerta y una voz femenina.
- Si, abuela, pasa – contestó Akira.
Al ver entrar a la abuela de Akira, Ayesa hizo un ademán para incorporarse.
- No, no te levantes ¿Cómo te encuentras?
- Bien, estoy muy bien, solo algo mareada.
- Uy no – dijo tocándole la frente – Tú tienes fiebre.
- No, pero no es nada.
- Akira ve y dile a tu tía que me suba algo para la fiebre, pregúntale a tu padre que es lo que ella puede tomar y te quedas allí que la abuela Harumi quiere hablar contigo.
- Yo me visto y bajo a saludarla también – habló Ayesa.
- ¿Dónde vas tú? ¡Pero si estas tiritando! Anda, acuéstate y déjate mimar un poco. Ya me han contado que no suelen hacerlo demasiado. Tú te quedas aquí que vamos a tener una charla nosotras.
En cuanto Akira se marchó Ayesa miró interrogativa a la señora.
- Usted dirá que quiere preguntarme.
- Yo no quiero preguntarte nada, solo quiero que hablemos. Pero no te asustes, que no es que no me fie de ti o algo de eso.
- Pues sería lógico.
- Desde pequeño Akira siempre ha sido un niño estupendo y muy compasivo. En esta casa estamos acostumbrados a "sus cosas". Era normal verle venir a casa con algo, ya te digo, desde muy pequeño. Llamaba a la puerta y ya sabíamos que algo traía, porque normalmente la puerta de esta casa está abierta durante el día, así que, cuando le veíamos plantado delante de la puerta ya nos estábamos preguntando que era lo que ahora se había encontrado. Lo primero que trajo, nunca lo olvidaré, fueron unos caracoles, él tendría unos 3 años, estaba lloviendo y los caracoles salieron, él los vio y le dio pena verlos bajo la lluvia, así que cogió una caja y se fue a "rescatarlos", aun me parece verle en la puerta de la casa, empapado, con su caja, toda mojada y llena de caracoles, preguntando si podía quedárselos. A partir de ahí nos ha traído, ranas huérfanas según él, pájaros de todo tipo, gatos, perros, ardillas, conejos... cualquier animal que veía desvalido él lo traía a casa, sobretodo gatos y perros, por eso tenemos tantos perros... siempre aparecía en la puerta diciendo "¿me lo puedo quedar?"
- Y ahora ha traído una chica que se ha encontrado por ahí medio perdida.
- Él es así, no lo puede evitar ¿Y sabes? Es como su abuelo, mi marido, el hijo de la abuela Harumi... era igual que él... Estoy muy orgullosa de mi nieto, no solo traía lo que se encontraba, los cuidaba y los curaba si estaban heridos. Su madre siempre le decía que eran su responsabilidad y que él debería ocuparse de todo y que si luego se escapaban no debía llorar
- Señora... ya se que usted me conoce poco pero yo no quiero hacer daño a Akira, no puedo asegurar que no pase pero...
- Lo que quiero es que tú también seas valiente, a veces nos da miedo a enfrentarnos a algunas cosas pero hay que hacerlo, una vez Akira trajo un pajarito débil y herido, poco se podía hacer por él, sabíamos que iba a morirse y nos daba mucha pena ver como intentaba hacer algo, lo que fuera por él... tú no vas a ser ese pajarillo ¿verdad? Vas a intentar salir adelante y curarte tus heridas, luego, si deseas volar lejos podrás hacerlo pero antes tienes que curarte.
Ayesa la miró sorprendida. Así era Akane, un pajarillo herido al que Akira estaba intentado ayudar, pero por suerte ese pajarillo había decidido enfrentarse a lo que fuera.
...
Sentados en un banco del parque, Ringo de nuevo intentaba dar de comer a la pequeña un potito de frutas, de nuevo la niña se negaba y de nuevo a ella, cada vez que le llegaba el olor de las frutas le entraban ganas de vomitar.
- ¡Esto es imposible! – gruñía dejando el potito con la cucharilla encima del banco.
- Tienes poca paciencia.
- ¡Cómo se nota que tú no tienes que pelearte con ella para que coma todos los días! – gritó.
- Está bien, está bien, no te ponga así. Vaya un carácter que tienes estos días.
- Lo siento, lo siento, es que no se lo que me pasa, últimamente estoy muy nerviosa y...
- Será que te ha venido la regla – comentó en voz baja – Es que mi hermana se pone de muy mal humor cuando le viene, por eso lo dijo – añadió al ver los ojos llorosos de Ringo.
- Ojala me hubiese venido, ojala, todo sería más sencillo.
- He leído que a las mujeres que le dan el pecho a sus hijos la regla les tarda en venir. Oye, dale el pecho, seguro que con eso tiene suficiente alimento, no la fuerces, aún es muy pequeña, ya comerá.
- Ya no le doy el pecho.
- Pues mal hecho, la leche materna dicen que es el mejor alimento, pero bueno, igualmente los biberones son estupendos.
- No es ese el problema, no es ese – se quejó.
- No sigas tan al pie de la letra lo que dicen los médicos, durante siglos más mujeres han criado a sus hijos, tenéis eso que se llama instinto muy desarrollado.
- Es que no lo entiendes... yo... – Ringo rompió de improviso a llorar.
- Bueno, tampoco quería ofenderte, lo siento.
- Si no es por eso, no es por eso.
- Pues si me lo dijeras quizás podría saberlo.
La niña también empezó a lloriquear.
- ¡Si comieras no tendrías hambre! – se volvió a quejar Ringo.
- Vale, Ringo, vale, no te pongas nerviosa, yo le doy de comer a la niña.
- Pero es que...
- Mira, no se lo que te pasa pero deberías relajarte un poco – dijo desabrochando el cinturón que sujetaba a la niña en el carrito y sacándola de allí - ¿Verdad que quieres que el tío Karasu te dé de comer? Ven aquí, tu mamá está demasiado preocupada por algo y espero que no sea por tu padre.
Mientras veía a Karasu coger a la niña, hablar con ella y empezar a darle el potito, Ringo sintió aún más ganas de llorar.
- Quizás algún día tu madre se decida a decirme lo que le pasa. Yo solo espero que no sea que tu padre la haya hecho daño porque me enfadaré mucho.
- Si es que no se lo que me pasa, de pronto me entran ganas de llorar.
- Pues por algo será ¿No habrás dejado la medicación de la doctora por ti misma?
- No, sigo tomándomela, por eso ahora le doy biberones a la niña, porque no se contamine la leche materna con algún residuo.
- Pues tendrás que decirle que te está haciendo el efecto contrario, cada vez pareces más deprimida.
- Si es que lo que me pasa es que... es una tontería, es una tontería.
- ¿Has pillado a Isamu con alguna otra?
- ¿Quieres decir con una nueva? No, sigue con la misma, que yo sepa, además eso a mí me da igual.
- ¿Te ha vuelto a gritar?
- No.
- ¿Se ha metido contigo? ¿Te ha dicho algo que te ha ofendido?
- ¿Cómo me va a decir algo si a penas le veo? No, no es eso.
Karasu calló y se concentró en dar de comer a la niña, debía ser que Ringo era una persona muy depresiva, si, sería eso, por esa razón había intentado suicidarse seguramente, estaría deprimida, dicen que las depresiones postparto duran muchos meses y a esa chica se le juntaban demasiadas cosas, una niña recién nacida, estar sola para ocuparse de ella, no contar con la ayuda del padre de la niña, ni siquiera con su cariño, no tener una buena situación económica, ni poder trabajar, depender económicamente de él y soportar sus menosprecios... quizás todo era demasiado para ella y estaba de nuevo a punto de explotar.
- Es que...
A punto de explotar estaba, era cierto, pero no por las razones que pensaba Karasu aunque también eran parte importante del problema.
- Lo que me pasa es que... – tenía que decírselo, tenía que hablarlo con alguien, con quien fuera, lo ideal es que fuese una chica pero no tenía una amiga tan íntima como para contarle ese problema, algo que también tenía que "agradecer" a Isamu, gracias a él había perdido a sus amigas o se habían alejado demasiado de ella... ahora lo más parecido que tenía a una amiga era Karasu ¿se lo decía? ¿y por qué no? Se suponía que él era responsable de ella, según la psicóloga – Es que no me ha venido la regla.
- Eso ya lo has dicho.
- Ya, y es normal pero... – se secó las lágrimas con las manos – Creo que estoy embarazada.
Karasu se quedó sin saber que contestar, ni que hacer, con la cuchara levantada pero sin llegar a la boca de la niña que parecía entretenida tocándose con unos de sus deditos un lazo que tenía en el vestido.
- ¿Cómo has dicho? – habló por fin.
Ringo volvió a llorar tapándose la cara con las manos.
- Es que... no lo se, no lo se, es como una sensación que tengo, como un presentimiento.
- Si no tienes la regla ¿cómo puedes pensar que estas embarazada?
- Porque tengo náuseas, me levanto cada día con más ganas de devolver, me dan asco algunos olores, la comida me sabe rara, me duelen mucho los riñones, a veces los ovarios y estoy empezando a echar un líquido que huele a amoniaco...
Karasu la miró aún más confuso.
- Es una cosa que tienen las embarazadas, no lo entenderías.
- ¿Y no será que te duelen los ovarios porque te va a venir la regla? Vamos, que no, no entiendo mucho pero a veces Karura dice eso... y también los riñones.
- Eso pensaba yo pero... tengo la tripa muy dura y estos cambios de humor, además me duele el pecho.
- ¿Pero tú estás segura de lo que dices?
- No lo sé, no lo sé... eso es lo que me pasa, que no lo se, es un maldito presentimiento, como si algo dentro de mí me lo dijera.
Una especie de preocupación y desilusión se adueñó de Karasu. No sabía exactamente porqué pero se sentía triste, apenado.
- Yo pensaba que si a las mujeres no os viene la regla pues no os podéis quedar embarazadas.
- Se dice que cuando estas dando el pecho no te puedes quedar embarazada, pero es mentira, sí que pasa.
- Te creo, mi madre se quedó embarazada también a los pocos meses de nacer Karura y yo pero... pensé que Isamu y tu...
- Yo se lo dije, se lo dije, le dije que eso era un cuento, una leyenda, que no era cierto y que teníamos que usas preservativos pero él no, él insistió en que su abuela decía que si dabas el pecho no podías quedarte embarazada.
- ¿Y de cuanto crees que puedas estar? – preguntó con voz apagada.
- Pues la última vez fue... el día anterior a... al que te conocí, ya sabes, el día que tu impediste que yo...
Karasu se alegró momentáneamente, así que había sido antes de conocerle a él... bien... si, lo reconocía, le había dolido pensar que ella e Isamu habían hecho algo después de su especie de "relación"... si, vale, se había puesto celoso.
- Pero de eso hace ya bastante tiempo.
- Casi dos meses. Ya llevo notando estos síntomas hace algunas semanas.
- Vaya...
- ¿Qué voy a hacer, Karasu? ¿Qué voy a hacer? Yo no puedo tener otro hijo, no puedo, no puedo, no puedo...
El llanto de Ringo se hizo más desesperado.
- Esta bien Ringo, está bien, primero vamos a tranquilizarnos un poco y pensar con lógica, a lo mejor solo son paranoias tuyas, a los mejor es que te va a venir la regla y por eso te duelen los riñones y estás de mal humor, a lo mejor todo es producto de su imaginación.
- ¿Qué quieres decir? – le miró llorosa abriendo las manos.
- Quizás te estás obsesionando con todo, a veces pasa, quizás solo tienes náuseas porque algo te ha sentado mal pero tú te has puesto a dar vueltas a las cosas y... ¿no has oído hablar de embarazos psicológicos o algo así? A veces piensas tanto que te duele la cabeza que termina por dolerte.
- ¿Tú crees que estoy obsesionada?
- Pues podría ser, yo he oído a Karura decir que algunas veces se pone tan nerviosa que se le retrasa la regla... por cierto... ¿eso quiere decir que piensa que está embarazada? ¿mi hermana puede pensar eso?
- A lo mejor si es verdad que me estoy obsesionando un poco.
- Claro que si, no te pongas paranoica y mira... Ringo se lo está comiendo todo como una buena niña que es ¿a que si?
Ringo pareció tranquilizarse un poco... si, quizás todo eran paranoias suyas... seguro que sí, eso sería, lo que le pasaba es que como todo le salía mal siempre se ponía en lo peor... era muy exagerada para todo.
...
Setsu abría su botella de agua, esa que siempre llevaba encima y daba un gran trago terminando con su contenido.
Shugo estaba a su lado, sentado en un banco del parque y observando un árbol con detenimiento.
- ¿Qué miras tanto? – preguntó Setsu.
- Ahí arriba hay un nido de pájaros.
- Muy interesante.
- Oye Setsu ¿A ti te gusta Hikari?
- ¿A que viene eso? – preguntó extrañado el chico.
- Solo me lo preguntaba.
- ¿Y a ti que más te da si me gusta o no?
Shugo pensó que realmente a él debería darle igual y en teoría era así pero ya estaba acostumbrado a estar al lado de aquel chico y también de Hikari y empezaba a molestarle que siempre se hablasen a gritos, como si se odiasen, siempre estaban igual, como si no se soportasen y no podía ser eso, eran amigos después de todo, para Shugo la cosa era muy sencilla, a Setsu le gustaba Hikari pero pensaba que ella estaba colada por Kamui y eso le molestaba, por eso siempre reaccionaba de esa forma tan borde con ella, como con resentimiento y a Hikari le gustaba Setsu pero como siempre había dicho que le gustaba Kamui pues no quería reconocerlo, además él era de esa forma con ella y eso no ayudaba para nada.
- Solo preguntaba. Es que si no te gusta Hikari supongo que te dará igual que otro chico salga con ella.
- ¿Con ella? ¿Y quién va a querer salir con esa pervertida?
- No se, alguien habrá.
- Nadie es su sano juicio saldría con una pecho plano como ella.
- Si te oye decir eso te rompe la cabeza.
- ¿Quién iba querer salir con esa?
- No se... yo mismo.
- ¿Tú? – gritó incrédulo.
- ¿Por qué no?
- A ti no te gusta Hikari.
- ¿Y tú qué sabes?
- Pues porque no te gusta, nunca te ha gustado – contestó molesto.
- Pues Hikari es una buena chica y cuando quiere es muy amable.
- Será contigo.
- Nunca he salido con una chica, he pensado que podía salir con ella.
- ¿Estás loco o qué?
- Bueno, ella y yo nos conocemos desde hace tiempo.
- Pero tú no le gustas a Hikari, te va a decir que no, a ella solo le gusta Kamui.
- Eso era antes, ahora ya no le interesa.
- Además tú no sabes que hacer con una chica, nunca has salido con ninguna.
- Improvisaré.
- Así no se hacen las cosas.
- ¿Y si vienes tu conmigo para ayudarme?
- ¿Qué quieres? ¿Qué vaya con vosotros de sujeta-velas?
- Tienes razón, eso no funcionaría, Hikari no es tonta. Olvídalo.
- Desde luego vaya ideas tontas que tienes a veces. Me voy a la fuente a llenar la botella de agua.
Cuando Setsu se hubo alejado del banco, Shugo sacó su móvil y marcó un número.
- Si, dime – escuchó al otro lado.
- ¿Fatora?
- Si, sí, soy yo ¿Lo has hecho?
- Si, hice lo que me dijiste ¿De veras crees que esto va a funcionar?
- Por supuesto, ahora me toca a mí, de todas formas si sale mal ¿Qué puede pasar?

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